Hay lugares que no se conquistan: se escuchan. La parcela de la Casa Porlán-Oliver, junto al río Guadalentín, es uno de ellos. Esa mezcla de serenidad y fuerza marcó el punto de partida del proyecto: diseñar una vivienda en una planta que no peleara contra el terreno, sino que lo acompañara. Una casa para una pareja joven que quiere empezar aquí su vida, con mucha luz, sin escaleras y con la sensación de que cada día comienza con un pequeño regalo.







